La biblioteca sonaba lúgubre,
germinaban tumbas por todos lados,
sellados rumores en lápidas
marrones.
Incongruentes deseos
flotaban hacia ninguna parte.
Un ejército pasó sin pena ni
gloria
y supe que Neruda andaba cerca.
Ahora es el mar, son las rocas,
las lluvias difíciles,
el alba encendiendo antorchas,
un tren sospechoso, un tripulante que
espera.
Nadie en el banco de la plaza,
nadie en el recodo de la
biblioteca.
Me retiro vacío,
soñando a soñadores anteriores,
a hundirme lentamente en una
triste playa
asediada de espumas rojas.
A seguir los pasos de Alfonsina,
pero solo hasta verla desde lejos.
Héctor Delaloye Echavarría
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