No
debimos haber dejado atrás
aquel
fugaz pecado
que
concibiéramos juntos.
No
existía nadie más allá de nosotros
y sin
embargo nació el miedo.
Un
respiro tras otro,
mudas
caricias como testamento.
Callamos
porque no surgieron palabras
que asesinaran
tanto
silencio.
No
permitimos aquella soledad
ni los
poros encendiéndose lentos.
Debimos
gritar los “te amo”
con cada
minuto
de
nuestro aliento.
Debimos
habernos amado,
porque
ahora no tenemos
aquel
tiempo.
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